Como un ejercicio necesario hace años, con cada efeméride o evento relevante, las encuestadoras y algunos medios de comunicación dan a conocer encuestas con los niveles de aprobación del Presidente de la República.
La pregunta creo que ahora podría ser: ¿para qué sirve esa popularidad o aprobación? Vale la pena ver con calma el ejercicio que hace Javier Márquez en Oraculus, en donde traza la popularidad de los cinco más recientes presidentes mexicanos para plantear algunas preguntas sobre los efectos, consecuencias o utilidad de la popularidad presidencial.
Empiezo por el final: De los cuatro últimos presidentes, el que tenía mejor aprobación en el último año de su sexenio era Ernesto Zedillo; como sabemos, su partido perdió la elección presidencial.
Vicente Fox le sigue en la gráfica comparativa y sabemos que el PAN ganó esa elección por menos de medio punto porcentual. Pegadito a Fox en rango de popularidad está Felipe Calderón en su último año y su partido perdió la elección de 2012.
Los candidatos de los partidos de estos tres presidentes obtuvieron en promedio 25 puntos menos que la aprobación presidencial en el año de la elección. La aprobación de Peña Nieto en su último año tiene más relación con la elección de 2018.
Ahora, Peña Nieto tenía más baja aceptación que Fox y Calderón en los dos primeros años de su sexenio y aún así pasó las reformas del Pacto por México con los votos de la oposición.
Y en las intermedias de 2015, con la más baja aprobación presidencial de todos sus antecesores, ganó la mayoría legislativa.
¿Importa el PIB? Ni en 2009 cuando la economía se desplomó Calderón estuvo debajo de 55 por ciento de aprobación (tampoco por cierto en los peores años de violencia). Y sin tener un solo año de PIB negativo y mejor promedio sexenal de crecimiento que Fox y Calderón, Peña Nieto nunca estuvo por encima de ellos en las encuestas.
Y sabemos lo que ha pasado en estos dos años con la economía y cuál es la popularidad del Presidente. Tampoco corresponden las variaciones de popularidad con la estadística histórica de desempleo ni con la de violencia homicida que hemos vivido recientemente.
Y planteo esto no porque el ejercicio de medición no importe, sino porque ahora deberíamos dar el paso de saber para qué les sirve a los presidentes en su gobierno y para qué no.
FUENTE: MILENIO
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