Mientras gran parte de la industria automotriz apuesta por la producción automatizada y los ritmos acelerados, Rolls-Royce sostiene una lógica opuesta: la del tiempo, el detalle y la personalización. En su planta de Goodwood, ubicada al sur de Inglaterra, cada vehículo se construye manualmente, con procesos que priorizan la singularidad y la permanencia. Más que automóviles, la marca británica produce piezas con vocación de permanencia, muchas de las cuales permanecen en la misma familia durante generaciones.
Uno de los primeros pasos en la fabricación es el tratamiento de la carrocería, que inicia en el Centro de Superficies Exteriores. Allí se desarrollan acabados de pintura personalizados, que pueden derivarse de una paleta base de más de 44 mil colores o bien diseñarse desde cero a partir de referencias personales, como una flor, una piedra o incluso los ojos de una mascota. Algunas tonalidades, creadas para clientes específicos, se vuelven exclusivas de por vida.
El acabado puede incluir hasta veinte capas de laca y un pulido final completamente manual, que permite alcanzar el brillo característico de la marca. También es posible solicitar detalles adicionales, como ilustraciones sobre el cofre o la clásica línea decorativa lateral, aplicada a mano por artesanos utilizando pinceles finos. Esta línea varía en proporciones según el modelo.
La atención al detalle se mantiene en el interior. El Centro de Acabados Interiores trabaja con cuero de alta calidad, cada pieza inspeccionada bajo luces intensas para descartar imperfecciones antes de cortarse con tecnología de precisión. Una vez ajustadas las piezas, el ensamblaje final se realiza manualmente, asegurando que el material se adapte con exactitud a las curvas y superficies del vehículo.
Además del cuero, Rolls-Royce ha reintroducido el uso de textiles en algunos modelos. Uno de sus desarrollos recientes es el Duality Twill, una tela elaborada con rayón de bambú que puede incorporar hasta 2.2 millones de puntadas. El patrón gráfico se inspira en las iniciales entrelazadas de la marca y se ofrece en varios colores base y hasta 51 tonalidades de hilo, permitiendo amplias posibilidades de combinación.
Un elemento distintivo en algunos modelos es el Starlight Headliner, un techo interior que integra entre 800 y 1,600 fibras ópticas para simular un cielo estrellado. El patrón puede personalizarse para representar constelaciones reales o diseños con significado personal, como el cielo sobre un lugar en una fecha específica. La fabricación de estos techos puede tardar más de 17 horas.
En el ámbito de las superficies interiores, la madera continúa siendo un material protagónico. Cada vehículo utiliza chapas provenientes de un solo árbol, lo que garantiza uniformidad en vetas y colores. La elaboración incluye técnicas de alineación manual, tratamientos en humidores y procesos de corte con láser. Para mantener la coherencia visual, las piezas se disponen en patrones simétricos o en espiga, según el tipo de madera.
La construcción de un Rolls-Royce puede requerir más de 600 horas, y en casos especiales, el desarrollo completo de un vehículo puede extenderse por varios años. Esta temporalidad prolongada no responde a una estrategia de exclusividad, sino a una filosofía de trabajo que privilegia la ejecución artesanal por encima de la eficiencia industrial.
La marca mantiene su apuesta por este modelo de producción mientras avanza en la expansión de sus instalaciones. Con ello, busca dar respuesta a encargos cada vez más complejos, sin alterar la lógica que ha definido su identidad: la de concebir al automóvil como una expresión individual, no como un producto replicable.
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