Hasta el 27 de agosto de 2020, reporta Leo Zuckermann, según la sección de verificación de hechos del Washington Post, el presidente Donald Trump había dicho 22 mil 247 mentiras en mil 136 días, un promedio de 16.9 mentiras por día (https://bit.ly/3lMdY7p).
El politólogo Luis Estrada, dice el mismo Zuckermann, hizo en México una medición parecida sobre las inexactitudes o mentiras del presidente López Obrador. La cuenta resultante es que, en 353 conferencias mañaneras el presidente mexicano hizo 15 mil 790 afirmaciones no verdaderas o que no se pueden comprobar, un promedio de 45 al día. Bastante arriba de Trump. Difícil exagerar el efecto que las mentiras tienen sobre la opinión pública. Vuelven borrosos los hechos y movedizo el piso de realidad en que debe asentarse la deliberación de los asuntos públicos.
Acá como allá, las mentiras y las inexactitudes rutinarias venidas de las mayores autoridades del país siembran una pedagogía pública que convierte la mentira y la inexactitud en monedas de curso social, un torcido intercambio de palabras entre gobernantes y gobernados, y entre los gobernados mismos. Las mentiras de los presidentes autorizan las mentiras de todos, autorizan a todos a mentir, establecen un canon en el que mentir o decir la verdad deja de tener importancia.
Llegada a cierto clímax, la nube tóxica de la mentira y de la inexactitud rutinarias, venida de la autoridad, asumida por los ciudadanos, instala una especie de reino de la no verdad, en el que todo mundo adquiere el derecho esquizofrénico a creer lo que quiere, y el gobernante a decir lo que le da la gana, y de inducir en sus oyentes certidumbres que no se corresponden con la información de los hechos: un mundo ajeno, en última instancia, a la ciencia, a la verdad, y a la razón. Un mundo de creyentes semiciegos. Nada de lo que digo es nuevo ni cambia un ápice el uso y abuso que hacen nuestros gobernantes de la gigantesca facilidad de mentir sin consecuencias o peor: de mentir con ganancia.
El reino de la no verdad que nos inunda poco a poco constituye la corrupción misma no solo de la conversación pública, sino de su mera posibilidad.
Comentarios
comentarios